26 Mar Al salir de la madriguera
He estado muchos años en una madriguera, creedme, demasiados para un alma tan joven. Entré siendo todavía una niña y salí siendo una adulta. Y todo ese tiempo que pasé en la oscuridad hizo que mis ojos se volvieran ciegos, mi boca muda, mis oídos sordos y mi alma lloraba por dentro.
De vez en cuando una mano se asomaba por la entrada de la madriguera y me hacía un gesto para que saliera, pero yo tenía miedo, pues no sabía exactamente lo que podía encontrar ahí fuera.
En la cueva tenía luz, muebles, una tele, cientos de juegos para entretenerme y mi viejo ordenador donde escribía mis historias y me ayudaba a evadirme y huir de mi propia cueva.
También había un ser que me traía regalos, en ocasiones era dulce conmigo y me decía que lo daría todo por mí, pero nunca me dejaba salir de la cueva. Más bien se pasaba el día diciéndome lo terrible que era el mundo exterior y todos los peligros que en él había. Así que, temerosa, siempre decidía quedarme en la cueva protectora.
Los años fueron pasando y no hacía más que escuchar la diversión que fuera de la cueva se sucedía. Todo eran risas, fiestas entre amigos, veranos de diversión a la orilla del mar, pero yo seguía allí, acompañada por el ser que me mesaba los cabellos y me decía que todo estaba bien como estaba.
Un día, mi alma cayó enferma, y sentí como mi corazón se empezaba a ralentizar. La sonrisa ya no acudía a mis labios, todo lo material me parecía superfluo, y las carantoñas del ser que me acompañaba se me antojaban como auténticos golpes o arañazos.
Mis pulmones se quedaban sin aire con facilidad, sintiendo un ahogo como nunca lo había sentido antes. Esa congoja hacía que menguara por momentos y me preguntara qué demonios hacía yo ahí dentro.
Una mañana, una mano se asomó a la madriguera e hizo una seña para que saliera. Yo me limité a negar con la cabeza, pues el ser estaba dormido y temía despertarlo, pero la mano insistió. Al final me acerqué a ella y me dijo, «Ven conmigo». Sin embargo, cuando le di la mano para que me sacara de allí, no me puede mover ni un ápice. Por alguna extraña circunstancia, mi cuerpo se había vuelto pesado y perezoso y se negaba a salir de allí.
-No es tu cuerpo lo que pesa.-dijo la voz-Son tus miedos que te impiden moverte, pero no te preocupes, iré a buscar ayuda.
Esperé en la oscuridad, temerosa de que el ser despertara y me descubriera en plena huida, pero la ayuda llegó a tiempo. Cientos de manos se asomaron por la puerta de la madriguera y tiraron de mí con todas sus fuerzas. Hubo incluso algunas que me agarraron de los cabellos y yo gritaba de dolor mientras me decían:
-¡No te quejes tanto, la libertad requiere sacrificios!
Cuando al fin estuve fuera de la madriguera no podía ver nada. El sol brillaba tan fuerte que me cegaba y no podía distinguir los rostros de mis salvadores. Tampoco hizo falta verlos, pues todos se acercaron a mí y me abrazaron con todas sus fuerzas, dándome a entender, que no estaba sola, que no había nada que temer, y que la vida fuera de la madriguera era mucho más hermosa y real.
Para cerciorarse de que no me viese tentada a regresar a ese oscuro lugar, mis salvadores cubrieron la entrada de la madriguera con una enorme roca sin importar lo que le sucediera al ser que allí habitaba.
-¿Qué será de él?-pregunté apenada.
-¿No te das cuenta? Él no existe, son tus miedos los que te han retenido a ahí dentro. Deja que se queden donde están.
Y dándome de la mano, me sacaron de allí para no volver nunca más.
Por Amrit Nam Kaur
Sin comentarios