19 Feb Parábola de los hombres y el grano. Extracto del libro «El Drama de la Iluminación Cósmica en el Sutra del Loto Blanco»
Supongamos que hay hambre en algún lugar, algo terrible, como lo que ocurre todavía
en África. La gente está enflaquecida y demacrada, y hay un gran sufrimiento. En una
ciudad de este país golpeado por el hambre viven dos hombres, uno viejo y otro joven, y
ambos tienen cantidades enormes de grano, más que suficiente para alimentar a toda la gente. El viejo pone un cartel en su puerta que dice así: “Se dará comida a todo el que
venga”. Pero bajo esta declaración sigue una larga lista de condiciones y reglas. Si
quieren comida han de llegar puntualmente a la hora exigida. Deben traer consigo
recipientes de forma y tamaño prescritos. Los recipientes tendrán que ser sostenidos de
un modo particular y tienen que pedir la comida utilizando una serie de frases en
lenguaje arcaico. Poca gente ve la nota porque el viejo vive en una calle apartada. De
entre aquellos que la ven, pocos reciben la comida ya que muchos se desaniman por la
larga lista de reglas. Si la comida sólo se obtiene bajo esas condiciones resulta menos
problemático morirse de hambre. Cuando se le pregunta al viejo por qué exigen tantas
reglas responde que “así era en tiempos de su abuelo cuando había hambre». Lo que fue
bueno para él es ciertamente bastante bueno para mí. ¿Quién soy yo para cambiar las
cosas?”, añadiendo que si la gente realmente quiere comida observara cualquier número
de reglas para conseguirla. Si no observan las reglas es por que no están realmente
hambrientos.
Mientras tanto el hombre joven se echa un gran saco de grano a la espalda y va de
puerta en puerta repartiendo. En el momento en que se le acaba un saco va
apresuradamente a casa a por otro. De este modo él da una gran cantidad de grano por
toda la ciudad. El se lo da a cualquiera que le pida. Tiene tanto interés en dar alimento
que no le molesta ir a las casuchas más pobres, oscuras y sucias. A él no le molesta ir a
sitios a los que la gente respetable no se atreve a ir generalmente. Su única preocupación
es que no se muera la gente de hambre. Hay quien dice que es un entrometido, otros
opinan que se sobrecarga con esa responsabilidad. Hay incluso quien dice que él
interfiere en la ley del karma. Otros protestan de que se pierde grano porque hay quien
toma más del que necesita. Al joven nada de esto le preocupa y dice que mejor es
desperdiciar algo de grano que ver a la gente morir de hambre.
Un día casualmente pasa el joven por delante de la casa del viejo. El viejo está sentado a
la puerta fumando su pipa tranquilamente, ya que nos es aún hora de dar grano. Al ver
pasar al joven le dice: Tienes aspecto cansado, ¿Por qué no te lo tomas con más calma?
El joven jadeando le responde: No puedo, hay todavía muchos por alimentar. El viejo
mueve la cabeza con asombro y dice: ¡Qué vengan ellos a ti! ¿Por qué has de ir tú a
ellos apresurándote? Pero el joven con impaciencia por seguir le responde: Están
demasiado débiles para venir, no pueden ni siquiera caminar. Morirán si no voy yo a
ellos. Pues que se aguanten, responde el viejo, deberían haber venido antes cuando aún
estaban fuertes. Es culpa de ellos no haberse prevenido. ¿Por qué ha de preocuparte a ti
que ellos se mueran? Pero el joven ya está más allá del alcance de sus palabras, ya va de
camino a su casa a por otro saco. El viejo se levanta y pone una nota junto a la que ya
tenía. En la nota dice: Reglas para la lectura de las reglas.
Sin duda ya habréis adivinado el significado de la parábola. El viejo es el Arahant y representa al Hinayana, el joven es el Bodhisattva y representa al Mahayana. El hambre
es la condición humana, la gente de la ciudad representa a todos los seres y el grano es el Dharma, la enseñanza. En principio, ambos, el viejo y el joven, están dispuestos a dar grano a todo el mundo, de igual modo el Hinayana y el Mahayana son ambos
universales en principio, son para todo el mundo. Pero en la práctica, vemos que el
Hinayana impone ciertas condiciones. Para practicar el budismo en la tradición del
Hinayana, incluso hoy en día, si uno está planteándoselo seriamente, tiene que dejar el
hogar y hacerse monje o monja. Uno ha de vivir exactamente como vivían los monjes ylas monjas en la India durante la época del Buda. Y nada puede cambiarse. El
Mahayana no impone tales condiciones. Pone el Dharma a la disposición de la gente, tal
y como están y donde están, porque está centrado únicamente en lo esencial. Se centra
en llevar el grano a la gente, y no en cierta manera particular en que esto se puede hacer.
El Hinayana espera que la gente vaya a él, por así decirlo, mientras que el Mahayana va a la gente.
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